El sobrio edificio de estilo moderno, que solitario aguantaba estoicamente el bochorno que caía aquella tarde, se alzaba sobre una gran explanada al final del Camino de San Simón. Un panel en vertical de unos dos metros, situado a los pies de la rampa que daba acceso al Museo, anunciaba que nos encontrábamos en el Centro de Interpretación Primeros Pobladores de Europa.
Erguido, en el umbral de la entrada, nos esperaba ya Óscar, con una camisa blanca, perfectamente planchada y unos chinos color crema.